
Por: Carlos Lima*
Así reza el dicho popular utilizado principalmente en los pueblos para definir lo tortuoso que es a veces vivir en pequeñas comunidades, donde todos se conocen, donde es difícil escapar al escrutinio público, a la mirada obceca, asumiendo un valor moral que autoriza a juzgar sin restricción, pudor o decencia.
Hace poco tiempo regresó a mi una idea que reflexionaba, y es justamente la construcción de la conversación que hacen algunos líderes políticos, de opinión y sociales.
En días pasados di seguimiento a la participación del actor Eleazar Gómez en plaza Galerías de las Estrellas, ubicada en la Ciudad de México, en el marco de “Viernes de Luminarias” de esta plaza comercial, que dentro de sus mecánicas de promoción y difusión, hace constantes eventos entre los que incluye plasmar y develar las huellas de las manos de artistas, actores, comediantes, ejecutantes, compositores, miembros de las industrias creativas y creadores.
El actor Eleazar Gómez hace varios meses vivió un episodio en el que fue acusado de violencia de género equiparada en contra su ex pareja, Stephanie Valenzuela, e incluso en medios de comunicación se documentó que en años anteriores se presentaron otros posibles episodios de violencia física contra otras de sus ex parejas.
Eleazar Gómez estuvo recluido durante el proceso que duró casi cuatro meses aceptando los cargos, y llegó a un acuerdo con la víctima, y se le impusieron condiciones para reinsertarse socialmente.
Me recuerda que en Europa hubo un caso que sentó precedentes conocido como “el derecho al olvido”, que fue un conflicto entre particulares que se dirimió en la Corte Europea contra el gigante Google, pues un par de personas no podían conseguir trabajo al tener una huella digital que mostraba sus antecedentes penales. La Corte ordenó se eliminará toda la información que impedía su reincorporación social en este sistema económico basado en el infierno del internet.
La idea central de este texto por un lado, es verificar si el actual sistema de justicia es obsoleto ante el juicio social, pues es lacerante el discurso en redes sociales, medios de comunicación tradicionales, convencionales en contra de seres como cualquiera de nosotros que cometen errores, han sido enjuiciados, pagaron privados de su libertad, tuvieron un juicio apegado a derecho y líderes de opinión, políticos, sociedad civil organizada cuestionan la calidad moral de empresas o partículares que interactúan con ellos violentando sus derechos humanos sin recato.
Casos como el de René Bejarano, del que han transcurrido lustros se siguen trayendo a colación revictimizando no solo a los protagonistas sino a familias enteras, colaboradores o seguidores y aquí si tiene que ver la “responsabilidad social” con la que, por ejemplo, reclaman a la Plaza Galerías líderes de opinión que representan intereses comerciales de compañías que omiten la misma responsabilidad social para enjuiciar una y otra vez a quienes cometieron alguna falta ante la sociedad.
No apruebo en ninguna de los casos ni la violencia física, sicológica, el fraude, peculado, robo o corrupción, estamos en una etapa de normalización de la violencia institucional y la violación múltiple de derechos humanos por parte de las empresas aduciendo discursos en favor de intereses fácticos ilegítimamente creados, para motivar la discusión y cambiar el curso de la conversación o distraer de lo verdaderamente necesario, manipulando a la sociedad que argumentan defender.
*Carlos Lima es productor musical, investigador sobre la preservación del patrimonio cultural, derechos humanos y culturales. Síguelo en: 🐦@charlylima