
Por: Carlos Lima
Empecemos por definir ¿Qué es un creador? El Diccionario de la RAE (Real Academia de la Lengua Española) lo refiere así: Que crea, establece o funda algo. Poeta, artista, ingeniero creador. Facultades creadoras. Mente creadora y lo equipara: En la religión cristiana, hacedor de todas las cosas, atributo que se da solo a Dios. En la época prehispánica para los Mexicas el artesano era el artista, su labor era fundamental, estaban exentos de las acciones de trabajo pesado, su tributación era distinta y tenían acceso directo a los beneficios de la realeza.
Hoy por desgracia, el creador en México no tiene un marco jurídico, fiscal, laboral y de seguridad social que le permita estar inserto en un sistema económico que lo reconozca y permita, ya no vivir con dignidad; sobrevivir.
Un creador es un músico, compositor, escultor, pintor, artista plástico, gráfico, escritor, intérprete, ejecutante, guionista, artesano, bordadora, tejedora, alfarero, cartonista, ilustrador, cineasta, fotógrafo, entre muchos otros, que plasman el trabajo de la mente en una obra visual, gráfica, escénica. En Europa incluso, ya los futbolistas acceden a sociedades de gestión colectiva para el cobro de su trabajo expuesto por los medios digitales de comunicación en el mundo.
En México, al menos un cinco por ciento de la población se dedica a estas actividades, a la hermosa acción de crear. Desgraciadamente esta comprensión no alcanza a permear social y políticamente en decisiones y definiciones que incidan a favor de la “creación”.
Hay que recordar el caso de José José, de quien en un primer momento el jefe del Estado mexicano pidió recordar con su música. Posteriormente hasta una aeronave de la Armada de México trajo a sus deudos con las que se cree son las cenizas de “El Príncipe”, cuya desgracia de nacer en México es que si hubiese sido inglés, habría sido “Sir José José”.
Puedo seguir con casos como el del maestro Francisco Toledo, Charlie Monttana, Manuel Felguerez, Óscar Chávez, doña Josefina José Tavera a quien se atribuye el primer Tenango.
El creador sin importar su popularidad, obra, gestión, personalidad, responsabilidad social, cultura, filiación política, religiosa, proselitismo y carácter, merece no solo el reconocimiento social, sino también el político y empresarial.
¿Por qué? Porque nada más y nada menos, es quien pone en alto el nombre de México, quien permite que con su obra se asocie con nuestra cultura: biodiversidad, maravillas naturales, nuestros productos originales, nuestras bebidas, comida, denominaciones de origen, playas, medicina tradicional y música.
Todo va en la misma canasta y cuando no se reconoce a quien nos promueve “gratis” por el mundo con su talento y obra, estamos mal. El Estado Mexicano, los medios públicos, los gobiernos de los estados así como los municipios, no saben crear un esquema de beneficio a partir de la asociación de ideas de las miles de muestras artísitico-culturales que tienen en sus territorios. Son ciegos al igual que el resto de los mexicanos, pues los principales libros sobre este bendito país los han escrito y retratado extranjeros como: Demetrio Bilbatua, B. Traben, John Kennet Turner, Diana Kennedy y Bárbara McClatchie, quien tuvo un final desafortunado.
En México estamos tan acostumbrados a nuestras bellezas que no las reconocemos, y si no las reconocemos, menos sabremos usarlas como motor de desarrollo económico, pues ante esta crisis mundial bien valdría voltear a ver lo que hacen nuestros pueblos. Una muestra son los cubrebocas que miles de artesanos utilizando valores identitarios, venden y exportan a todo el mundo.
Bien vale la pena pensar que nuestra identidad cultural es única e irrepetible, que siempre ha dado la cara por nosotros y posemos la mirada en sus creadores.
*Carlos Lima es promotor cultural, defensor de los derechos culturales, creador del concepto #MexicoOriginal (www.mexicooriginal.org / Facebook: México Original)