
Por: Tania Hélène Campos Thomas
“Veo la sangre correr y con ella va todo mi dolor”. No, no se trata del fragmento de un poema donde la metáfora aleje de nosotros el espanto. Esta frase es la descripción sintetizada de lo que sienten quienes practican la autolesión deliberada (llamada en inglés self injury). Este trastorno es definido médicamente como una forma de daño realizado por uno mismo en el cuerpo sin la intención de suicidarse. Se trata de un acto compulsivo que suele estar motivado por la necesidad de liberar emociones como la angustia, el enojo y la frustración; en menor medida también se presentan casos en que la finalidad de quien se lesiona es rebelarse contra la autoridad, jugar con situaciones de riesgo o sentir control.
La autolesión deliberada es un desorden severo que se asocia a menudo con otros problemas de índole psiquiátrico, como la personalidad límite (el más común), la depresión, las adicciones, los trastornos alimenticios (bulimia y anorexia), cierto tipo de psicosis y sociopatías, o el estrés postraumático que está presente en personas que han sufrido situaciones sumamente violentas (secuestros, sesiones de tortura o encarcelamiento, violaciones y abuso sexual). Si bien esta conducta con frecuencia se presenta en la etapa de la pubertad, no es exclusiva de la misma: existen casos de niños muy pequeños y de adultos que igualmente padecen dicha condición. En general, haber sufrido violencia de algún tipo en la infancia se considera un factor de riesgo para la adquisición de los comportamientos autolesivos.
El self injury es difícil de diagnosticar debido a que sus practicantes se sienten avergonzados por su conducta y procuran ocultarla, pero además puede confundirse con intentos suicidas; uno de los factores que permiten hacer un diagnóstico fiable de autolesión deliberada es justamente que el paciente no muestre intención de quitarse la vida. Otras de las características que son tomadas en cuenta para determinar la existencia de este padecimiento son la imposibilidad para resistirse al deseo de lastimarse, el incremento de la tensión previa a la autolesión y una sensación de alivio después del acto.