
Por: Tania Hélène Campos Thomas
“Para amar, hay que ser no sólo fuerte sino también sabio”, dice Clarissa Pinkola, psicoanalista y antropóloga que ha dedicado buena parte de su vida profesional a desentrañar la esencia de lo femenino. En Mujeres que corren con los lobos, Pinkola, quien también sigue la tradición familiar de contar y curar a través de los cuentos, narra la leyenda de la mujer esqueleto, precioso relato que aborda de manera profunda el amor de pareja y que resumo a continuación.
En una lejana bahía fue arrojado el cuerpo de una hermosa mujer. Su esqueleto yacía en el fondo del mar hasta que un distraído pescador lo sacó a la superficie, enredado en su anzuelo. El hombre quedó aterrorizado ante la presencia de tan peculiar botín, remó hasta la orilla intentando alejarse del cúmulo de huesos pero estos, atrapados por el sedal, parecían perseguirle. Corrió sobre las rocas sin darse cuenta de que era él quien jalaba a la mujer descarnada tras de sí. Exhausto llegó a su casa, trayendo casi a cuestas el esqueleto del que buscaba huir. Dejó sus cosas en una esquina y entre ellas quedó la osamenta desordenada. El hombre la miró largamente; viéndola frágil y temblorosa se acercó para acomodarla y la arropó con una manta.
Cansado por la persecución, el hombre se fue a dormir; después pensaría en el destino que habría de darle a ese terrible tesoro surgido del mar. Mientras dormía el esqueleto se acercó despacio y notó en la mejilla de su involuntario captor una lágrima que bebió con dulzura; el pecho de aquél varón se abrió y la mujer tomó su corazón para hacerlo sonar como a un tambor. A cada vibración de la víscera tornada música el esqueleto se iba encarnando, dando forma al cuerpo de la bella fémina. Terminada su labor, ella devolvió a su lugar el corazón, se tendió amorosa junto al hombre y despertaron en un abrazo que anunciaba el inicio del amor perdurable.
Mediante el análisis de este cuento, la doctora Pinkola trasmite una serie de enseñanzas que tienen que ver con el ciclo vida-muerte-vida presente en todo lo humano, incluyendo por supuesto el espinoso asunto del amor. Una de las cosas más importantes señaladas por la autora es que dentro de una relación de pareja hay muchos finales; la muerte y el renacimiento, en otras palabras la transformación, es quizá el aspecto con el que peor lidiamos las personas de culturas alejadas de los ciclos de la naturaleza que nos enseñan que todo fin trae un inicio y que “hay que saber dejar morir lo que tiene que morir, para permitir que nazca lo nuevo”. ¿Qué muere en el amor?, todo, nos contesta Clarissa, “la ilusión, las expectativas, el ansia de tenerlo todo, de querer tan sólo lo bello, todo muere”.
Dentro de los múltiples cambios que surgen en un vínculo estable, para el que menos nos encontramos preparados es para aquél que transforma el enamoramiento en amor, y es que confundimos las sensaciones de euforia y placentero bienestar que caracterizan las primeras etapas de una relación con la construcción de un sentimiento sólido que implica la aceptación del lado oscuro de nosotros y de los otros. A la gente hay que quererla como es, dice una vieja sentencia; nada más cierto, pero para llegar a eso se nos olvida con frecuencia que primero hay que mirar a la gente como es. Cuando nos enamoramos somos incapaces de pensar y ver los defectos de la otra persona en su justa dimensión. Si bien hay que vivir y disfrutar intensamente de esta fase de enamoramiento, es necesario igualmente aprender a dejarla ir sin sacrificar el nacimiento de un amor fuerte y duradero, al menos si eso es lo que deseamos obtener.