
POR SÓCRATES A. CAMPOS LEMUS.
En las sierras y los valles se corren rápido las noticias o lo que dicen muchos de lo que sucede, no se sabe bien a bien lo que es o de lo que se trata, pero las palabras viajan rápido y los chismes muchas veces matan, otras dejan huellas y en otros daños que jamás se olvidan. En muchos pueblos dicen cuando hay luchas entre ello que no se arreglan ni pacifican ni se calman porque la lucha es por el honor y lo demás se ha olvidado, no saben las razones de donde empezaron.
Ahora se habla de los muertos que nadie sabe cómo se van aumentando, en muchos lados con la tos solamente tenemos, para dejar al enfermo con menos daño, la miel y el limón, hacemos frotadas de alcohol con vic, le ponemos agua y fomentos y sobre todo llamamos a las rezadoras y lloronas para que den sus rezos pidiendo el milagro. En los montes y los valles no sabemos de médicos, no llegan ni entendemos y cuando lo hacen pues nos mandan a comprar los medicamentos y tendríamos que caminar muchas leguas para encontrar la farmacia y gastar más de lo que tenemos y pues así, por estos lares sabemos que cuando llega la buena pues llega y muchas veces el destino es que muramos. Como todo en estos lugares es de estar cerca y lejos, llegan los parientes y vecinos a estar en los velorios, llevan velas o flores, café o piquete de mezcal, se ocupan las sillas de todos y muchos las van llevando cada día cuando se reúnen para los ritos y ahí se desayuna, come y cena y se toma café con piquete y se fuma y se habla y se ríe o se llora. Así enterramos a los muertos, a los días, levantamos la cruz y nuevos ritos, y ahora se juntan muchos de los muertos en estos pueblos como si no quisieran irse solos y se acompañan en los duros caminos del más allá.
Los perros ladran todo el día y algunos que le tenían cariño al muerto pues aúllan y ladran y por ello sabemos que antes, en los pueblos, a los muertos se les acompañaba con los tepescuincles, los perros que guiaban en el Mixtlán, los caminos de la muerte. Ya nadie espera a los curas, ya no vienen porque tienen miedo o mucho trabajo y andan de un lado para el otro igual que los doctores y no hay nada que puedan hacer ante el destino a ante la muerte cuando el tiempo se acaba y vemos que no hay nada por hacer, nadie se puede llevar lo que tiene, acá es poco, casi nada y se queda el jorongo, la cobija, el huarache nuevo, el sombrero de domingo y al enterrar pues se regala a los que no tienen o a los que se aman. Por eso, la muerte nos iguala, jala parejo, no importa que tengan o no mucho dinero, cuando llega el tiempo pues lo jalan, nadie se salva de la raya y a lo mejor si del rayo. Cuando toca pues toca y nadie puede hacer nada a menos que se conceda el milagrito y entonces hay que ir a pagar la manda, caminar por las sendas hasta llegar al santuario de Juquila o ir hasta el centro, a la Virgen de la Soledad, ahí se van a tirar las lágrimas y las penas y los sueños que dejaron y no cumplieron o los dolores de su ausencia. Los indios sabemos pues mucho de la muerte, porque muchas veces perdemos, por eso no acumulamos, vivimos al día con día, de poco a poco, con casi nada, y allá cuando caminamos por los surcos sabemos que ahí comienza la vida, y eso, si llega el agua, así pues ahora no sabemos la razón, pero dicen que es el coronavirus lo que mata y, nosotros, decimos que a lo mejor, pero lo que mata mata es, la voluntad del Señor…