
Por: Ágela
Esta es, más que mi historia, la historia de un perro que tuvo una segunda oportunidad después de una vida de violencia en el sórdido mundo de las peleas de perros. Es también un viaje por la historia de esta cruel actividad, que es para muchos, un negocio millonario.
¿Quién soy yo?… eso no importa. Por la seguridad de mi perro he tenido que ocultar mi identidad.
Desde niña tuve perros. Recuerdo a Petunia; un Maltés, a Moet; un Cocker Spaniel, a otro de la misma raza llamado Coquito, a Bono; un Pastor Alemán, a Leslie; una cruza de Border Collie, a Búrbuja; una cruza de Beagle, a Miura; un Labrador color miel y a Chenel; un Labrador negro que me cambió la vida.
A Chenel me lo regaló un amigo, y cuando me lo entregó me dijo “por favor no lo vayas a poner a pelear”. Nunca lo habría hecho, pero más allá de eso, su petición me pareció incluso increíble… En mi cabeza no cabía eso de poner a pelear a los perros y el tema de las peleas de perros en sí me era ajeno, como de película de terror. Ni siquiera me cuestioné si eso de las peleas de perros existía, si seguía ocurriendo.
Chenel murió antes de cumplir cinco años. Enfermó de Artrosis y con mucha tristeza me despedí de él, pensando que no quería tener perro por un buen rato. Pero a los seis meses llegó a mi un perro de una raza que jamás se me había ocurrido tener: un Pitbull Terrier Americano.
En cuanto supe que sufría maltrato decidí adoptarlo y así, antes de cumplir un año de edad, el temible Pitbull estaba en casa y comenzó esta historia que me hizo adentrarme de golpe en el mundo de las peleas de perros, tratando de salvar a mi mascota y de evitar a toda costa que volviera a esa vida tan triste de la que yo lo rescaté.
Así es, mi perro estaba entrenado para pelear. La persecución de criminales por quitarme al perro, me llevó a tocar puertas y a abrir ventanas en las que encontré información desgarradora sobre las peleas de perros que jamás imaginé más que, como ya lo dije, en películas de terror.

Las secuelas de salud y emocionales en mi perro me llevaron a buscar a un especialista y otro, hasta dar con quienes me han ayudado a que su calidad de vida sea la mejor.
En ese caminar, decidí hacer este trabajo para lo cual, me encontré con más historias terribles de impunidad, de complicidad y corrupción a cuyo amparo se siguen realizando peleas de perros en México con ganancias millonarias. Así es, en México, a pesar de estar prohibido por la ley, se siguen realizando peleas de perros, de esta hipótesis partí.
Paralelamente a esta investigación, luché contra las heridas físicas y problemas de salud que fueron surgiendo en mi perro por el maltrato que sufrió en sus primeros meses de vida.
Escuché todas las voces que fueron posibles: las de quienes asisten a peleas de perros, las de quienes defienden los derechos de los animales, las de criadores y entrenadores de perros y sorprendentemente las voces de las autoridades y quienes deben combatir estas crueles prácticas de maltrato animal, tuve que leerlas en documentos porque esas “voces” no quieren hablar.
De las entrevistas que logré concretar, todas ellas fueron con defensores, amantes de los perros y profesionales de su cuidado y bienestar. De los muchos intentos con autoridades y legisladores, nada fue posible, así que valoro enormemente el acceso a la información que tenemos en estos tiempos globales y virtuales.
También escuché la voz de la historia para darme cuenta que las peleas de perros y otras actividades violentas que involucran animales, han sido “pasatiempos” malsanos desde tiempos remotos.
Hoy las peleas de perros continúan como un millonario negocio cuyas ganancias en México, siguen siendo un misterio.
Aquí se cuenta la historia de un perro que más que una mascota ha sido un maestro en el difícil arte de confiar en la raza humana, a sabiendas del daño que es capaz de hacer. Mi perro se llama “Pantera” y esta es su historia…