
Solemos pensar la pobreza en términos de “indicadores” estadísticos, según los cuales se da cuenta de una situación de carencia general en la que hacen falta recursos básicamente materiales: en principio alimento y vivienda adecuados, pero también falta de acceso a servicios esenciales, como agua potable entubada y drenaje, atención médica y educación formal escolarizada. Sin embargo, vivir en pobreza implica bastante más que la carencia en sí misma de cada uno de los elementos antes mencionados.
La pobreza pone en desventaja en casi cualquier situación a quienes la viven; compare por ejemplo el caso de dos infantes que asisten a la escuela: uno de ellos lo hace habiendo desayunado bien y en un espacio adecuado al que llega sin grandes problemas, mientras que el otro lo hará luego de caminar por lo menos una hora, sin comer suficiente, quizá después de haber cumplido con algún trabajo, en una escuela donde hay un solo maestro para atender distintos niveles escolares… El ejercicio comparativo puede hacerlo pensando en cualquier otro rubro y obtendrá resultados similares.
La salud es el tema más sensible cuando se analiza la pobreza, pues irremediablemente se asocian enfermedad y carencia. No es solamente la insuficiencia alimentaria que produce desnutrición en los casos de pobreza extrema, aun si no se llega al punto de no tener qué comer, vivir en pobreza significa padecer malnutrición, lo cual también enferma; dicho de otro modo: comer sanamente es caro, sobre todo en los contextos urbanos.
En caso de enfermar, quienes viven en pobreza tendrán que lidiar con otras desventajas que van desde vivir lejos de clínicas y hospitales, hasta no tener dinero suficiente para solventar los gastos de tener a un integrante de la familia enfermo (traslados, insumos, medicamentos, etcétera), incluso si es atendido por instituciones públicas. Ahora imagine cómo se enfrenta viviendo en pobreza una epidemia cuyo combate requiere de tres cosas aparentemente muy sencillas: lavarse las manos con frecuencia, mantenerse a prudente distancia y resguardarse en casa. Ninguna de esas tres acciones es fácil cuando se vive empobrecido, incluso en no pocos casos es imposible. Sin agua corriente en la vivienda, con familia numerosa y pocos cuartos, sin manera de almacenar lo necesario para no salir de casa durante un tiempo no menor de dos semanas, diga usted: ¿cómo le iría con la cuarentena? No por nada la Organización Mundial de la Salud considera a la pobreza “la enfermedad más mortal del planeta”.