
Los diablos aceitados
En San Martín Tilcajete, municipio de los Valles Centrales de Oaxaca, los diablos son negros, aparecen en tiempos de Carnaval con sus caras de madera, con sus cuernos, haciendo sonar campanas y cencerros para hacer sentir su presencia desde lejos y, sobre todo, con los cuerpos embadurnados de aceite quemado que mancha como el pecado.
Niños y adultos, hombres y mujeres, huyen al paso de estos diablos, no porque sean el mal (que lo son, al menos lo representan), sino porque de estar al alcance de alguno de ellos se termina entintado con aceite negro. La gente corre y grita, la persiguen los diablos para hacerles la maldad de ensuciarles la cara y los brazos: se deja constancia así de que se ha estado jugando con el diablo, aunque al día siguiente con el inicio de la Cuaresma se pida perdón a dios.

En casi todas las localidades de México se celebran carnavales, pero sin duda el de San Martín Tilcajete es especial por sus diablos delirantes, con máscaras de muertos y de viejos, bailantes, ruidosos, maleantes divertidos, traviesos. Desde hace algunos años, los jóvenes que participan como diablos del Carnaval, además de entintarse con el aceite quemado pintan patrones coloridos sobre sus cuerpos, lo que recuerda a los alebrijes, de los que esta localidad es también cuna.
Al final del día se celebra en la casa del alcalde una boda simbólica, la de la unión del pueblo con las autoridades, pero los diablos aceitados ni durante la ceremonia renuncian a su papel: se burlan de los representantes municipales, pues el día del Carnaval es también el de la inversión del orden, por eso la gente del pueblo puede reírse del poderoso y hacerle saber que el resto del año se mantiene vigilante de lo que hacen las autoridades; ya no es el mal, es la voz del pueblo que denuncia y exige a través de sus diablos lo que de otro modo no sería escuchado.